My First Substack. Mi Primera Publicación En Substack
From Democracy to Farce: Watching America Boil Alive
Photo credit: Stephens, South China Morning Post.
https://lanamontalban.substack.com/p/f9e09d79-7788-4014-8d9a-75021091c741
(Versión en español más abajo)
As I watch in disbelief how the world’s beacon of democracy — until this past January — turns into a dictatorship worthy of the worst banana republic, I keep asking myself: how is it possible that we are living in this absurd present?
When the convicted orange figure descended the escalators of his golden tower, bloated with dirty Russian money and other mafia ties, and declared that Mexicans were rapists and worse, I thought — as any decent person would — that his political career was over right then and there.
But those of us who lived in New York already knew who he was. We knew his vulgarity. We knew how he rejected potential tenants based solely on the color of their skin (darker). We knew the stories of small businesses he ruined by refusing to pay them once the job was done, bankrupting them in the process. We knew he was a con man, and we later discovered he was also a serial predator.
When he bragged, “I could shoot someone on Fifth Avenue and not lose followers,” we gasped. But he was right. Nothing changed.
When he mocked a journalist with a visible disability, his base didn’t blink.
When he hurled insults at every woman he could, especially if she was Black and successful, his numbers didn’t budge.
When his lies piled up by the tens of thousands, the needle never moved.
When he ordered indiscriminate roundups of immigrants, documented or undocumented, many with no record at all, we screamed at our screens.
When he stacked his cabinet with the most incompetent, the corrupt, and the clueless, we tweeted in outrage.
When they created de facto concentration camps and deported people to similar horrors abroad, stripping away any trace of constitutional protections, we marched with signs.
When it became obvious he was funneling citizens’ money away from the very people he was supposed to protect — and into the pockets of himself and his millionaire friends — we shook our heads.
Every time he revealed his bottomless ignorance of geography, history, science, or international politics, we boiled like frogs in warming water, too stunned to jump out.
And then came the infamous recording — him boasting that “being famous meant he could grab women’s genitals without consent.” I thought: This is it. Finally, the end. But no. Nothing happened. He survived, as always. Even his so-called “wife” defended him. I say so-called because, according to reliable sources, she can’t stand him.
My sad theory is this: even if the unredacted Epstein files were released tomorrow, even if the whole world saw his name splashed across them as a man who abused underage girls and told them they reminded him of his daughter Ivanka — even then, I fear nothing would change.
Not unless we start treating him the way comedians do: with ridicule right to his face. Not unless millions of us flood the streets to confront his paramilitary enforcers and demand an end to this madness.
The world now looks at America with pity and disbelief. World leaders flatter him to his face — calling him brilliant, deserving of a Nobel Prize, a great leader — only to laugh hysterically the moment he turns his back.
And the old question, “How could the Germans have allowed the rise of Hitler?” no longer feels like a mystery. The answer is unfolding, live, in the United States.
Español:
(No es una traducción literal de la versión en inglés)
Mientras observo con incredulidad como el faro de la democracia del mundo -hasta el pasado enero- se convierte en una dictadura digna de la peor república bananera, me pregunto cómo es posible que estemos viviendo este bizarro presente.
Cuando el condenado naranja bajó de las escaleras de su edificio dorado, lleno de dinero sucio ruso, y de otras mafias, y dijo que los mexicanos eran violadores y otras barrabasadas, pensé, como cualquier persona decente, que su carrera política terminaba allí.
Quienes vivimos en Nueva York, sabemos quién es. Sabemos de su vulgaridad, de la forma en la que rechazó probables inquilinos basados en su color de piel (oscura). Conocemos en detalle cómo arruinó infinidad de empresas pequeñas y medianas mediante su técnica mafiosa de rehusarse a pagarles el resto de la cifra adeudada, después que el trabajo estaba terminado, (un edificio, por ejemplo), llevándolos a la bancarrota. Luego nos fuimos enterando que es un abusador sexual serial.
Cuando dijo “puedo matar alguien en la 5ta avenida y no perderé seguidores, nos tapamos la boca con la mano con horror. Pero fue cierto. Nada cambió.
Cuando hizo burla de un periodista con una evidente discapacidad, no se movió el barómetro.
Cuando insultó a cuanta mujer pudo, principalmente si era prominente y de raza negra, el termómetro de sus seguidores se mantuvo inmóvil.
Cuando lo captaron diciendo que “al ser famoso, podía tocar los genitales de mujeres sin que le dieran su consentimiento”, me dije: ahora sí. Se terminó. Pero no. Hasta su “esposa” lo defendió. Va entre comillas porque, según fuentes confiables, ella lo odia.
Cuando le contabilizaron las mentiras en decenas de miles, nada pasó.
Cuando empezó a dar órdenes para secuestrar personas de todo tipo (generalmente oscuras) con o sin antecedentes policiales, gritamos horrorizados desde nuestras pantallas.
Cuando puso en su gabinete a un grupo de ignorantes variopintos, absolutamente incapaces de llevar a cabo sus tareas sin destruirlo todo, algunos de nosotros escribimos tweets u otros mensajes en redes sociales.
Cuando crearon campos de concentración o deportaron gente a lugares similares en el exterior, extirpando todo vestigio de derechos o de la constitución, algunos salimos a las calles con pancartas.
Cuando vimos con claridad cristalina que estaba robando con pala los dineros de los ciudadanos que se supone debe cuidar, mientras les saca derechos y beneficios, para aumentar las arcas propias y de sus amigos millonarios, nos rascamos las cabezas.
Cada vez que demostró, orgulloso, su ignorancia supina de todos los temas, llámese geografía, historia, política internacional y la lista sigue, ya estábamos todos sumergidos en la olla tibia, felices de ver aumentar la temperatura hasta que nos hiervan vivos.
Mi triste teoría es que, por más que las listas del pederasta Jeffrey Epstein se filtren sin restricciones y el planeta entero pueda ver que el delincuente de carrera es la peor persona del planeta, un violador de menores, un violento psicópata sin sentimientos, remordimientos o empatía que abusaba de niñas a las que le decía que “se parecían a su hija Ivanka”, me temo que siga sin pasar nada.
A menos que empecemos todos a hacer lo que hacen los comediantes: burlarse de él en su cara. A menos que salgamos masivamente (de a millones) a enfrentar a sus fuerzas paramilitares y militares para frenar esta locura.
El mundo entero nos mira con lástima e incredulidad. Los líderes de otras naciones intentan jugar a no enojarlo y le mienten en la cara diciéndole que es maravilloso, que merece el premio Nobel, que es un gran líder, mientras a sus espaldas se ríen a carcajadas de él.
Ya nadie se pregunta “cómo un pueblo como el alemán pudo permitir el ascenso de una bestia como Hitler”. Ahora la respuesta la ven en vivo y en directo desde Estados Unidos.