¿Cancelamos el Color? Did We Cancel Color?
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Me inspiré mirando un documental sobre el museo Frick de la ciudad de Nueva York, un palacio que fue una vivienda, lleno de arte, más una charla de una neurocientífica, quien hablaba sobre la influencia de los colores en nuestro estado de ánimo.
Pensé ¿cuándo fue que perdimos los colores, las ornamentaciones, el arte?
Recuerdo de chica haber visto una película (creo que actuaba Sammy Davis Jr.) en donde los personajes caminaban dentro de una mansión, y cada una de las habitaciones tenía una decoración completamente diferente. Desde Luis XV con sus oropeles dorados y su rococó exagerado, hasta un cuarto -ultra moderno en aquel entonces- todo decorado con colores primarios: sillones azules, con almohadones amarillos y rojos. Pensé en ese momento que cuando “fuese grande y tuviese plata, mi casa sería como esa, y dependiendo de mi estado de ánimo, elegiría a que habitación entrar”.
La neurocientífica contaba que realizaron un experimento en varias escuelas. A las paredes lisas internas y externas y aún a las aceras, las ilustraron con todo tipo de colores.
En pocos meses detectaron un aparente cambio de comportamiento en los niños: más interés de asistir a la escuela, menos episodios de bulling, más colaboración, una mejora en los resultados de los exámenes y una mayor felicidad en general.
Los estudios al respecto aseguran que los colores evocan un amplio abanico de emociones que afectan nuestro estado de ánimo y nuestra percepción.
Por ejemplo, los colores cálidos como el rojo, naranja y el amarillo son asociados con la energía y la alegría, mientras que los colores fríos como el azul o verde llevan más a estados de ánimo de calma y tranquilidad.
El impacto psicológico de los colores puede tener una influencia tanto bioquímica en nuestro cerebro, como en nuestra cultura, con diferentes colores afectando desde la producción hormonal hasta nuestra concentración o nuestro sentido de la urgencia o la paz interior.
En el renacimiento, sin dudas uno de los períodos más creativos de la historia, las clases pudientes vivían rodeados de arte y colores, pero el pueblo también. Había infinidad de festivales (algunos han sobrevivido) con disfraces, banderas y elementos exageradamente coloridos.
Los colores no sobrevivieron, pero los monumentos antiguos (romanos, egipcios) estaban pintados.
En los años 80, hubo una explosión atrevida de color, que llegó acompañada de nuevos movimientos artísticos, musicales y culturales en general.
Cuando observo la tendencia arquitectónica y decorativa actual, noto líneas rectas, colores lisos y neutros, poco contraste en general salvo diferentes tonos de los mismos colores. Hasta el arte de casas, empresas y oficinas combina con las paredes y los muebles. Es todo igual.
Hay mansiones valoradas en millones de dólares que parecen creadas por un niño de 4 años poniendo cajas blancas una al lado de otra y otras cajas encima de las demás.
En mi gimnasio, al cual voy al menos 5 veces a la semana, es muy raro encontrar gente luciendo colores: quizás algún top. Hace poco hubo una moda de usar colores fuertes y hasta de neón en zapatillas. Pero, aparentemente ya pasó, y todos tienen los mismos colores apagados.
El mundo en el que vivimos cada vez se parece menos a la utopía con la que soñé de niña: un lugar donde los habitantes del planeta trabajaban juntos por un futuro común. En el cual las razas, los colores, las religiones, las diferencias físicas no nos dividían.
Recuerdo perfectamente a miembros de mi familia hablando del asesinato de Martin Luther King. Con la inocencia de una niña pequeña pregunté, y cito porque lo tengo grabado como si hubiese sucedido ayer: ¿qué pasa si una persona negra se casa con una blanca y tienen hijos? ¿De qué color salen?
Me contestaron que podían ser negros o mulatos, pero rara vez blancos.
Y ahí me despaché con la frase que provocó una ‘reacción’ en los adultos, que fue lo que me grabó el momento en la mente para siempre: “ah, entonces si todas las personas blancas se casan con personas negras, no va a haber más racismo”.
No sé si mi familia era racista, pero creo que, en Argentina, al menos en ese entonces (y quizás aún hoy) hay un racismo subyacente, un desprecio por el individuo de piel oscura, o el paraguayo o boliviano.
Quizás lo que este mundo necesita es más color, más veredas pintadas con arcoíris, más edificios ornamentados y pintados de colores chillones, más gente que se vista con colores variados, tal cual como pintan al mundo en sus dibujos los más chiquitos.
Es posible que nuestras casas en vez de tener tanto tono blanco, beige o gris, necesite tener una pared azul o verde o naranja. O varias.
Después de todo, la naturaleza nos regala esa policromía hasta en cosas que no vemos, y que para observar necesitamos un microscopio. En el mundo natural estamos rodeados de colores. Debe haber una razón para ello.
Mi padre, Adelino, tenía un alto grado de daltonismo. Durante toda su vida vio un mundo diferente al que vemos la mayoría. Para cuando inventaron unos lentes -que emocionan hasta las lágrimas a los daltónicos que los prueban por primera vez-, ya había fallecido y no pude regalárselos. La ironía es que murió como consecuencia de sufrir depresión. Quizás su mundo era tan gris que terminó envolviéndolo. Divago, pero el mundo, aparentemente, quiere ser daltónico por elección.
En lo que a mí respecta, creo que voy a colorear más mi vida.
English translation:
I got inspired watching a documentary about the Frick Museum in New York City, a palace full of art that used to be a home, and a conference by a neuroscientist, who spoke about the influence of colors on our mood.
I thought: when did we lose colors, ornamentation, art?
I remember as a child seeing a movie (I think Sammy Davis Jr. was in it) where the characters walked through a mansion, and each room had a completely different decoration style. From Louis XV with its golden gilding and exaggerated rococo, to a room—ultra-modern at the time—decorated entirely in primary colors: blue sofas with yellow and red cushions. I thought at that moment that “when I grow up and have money, my house will be like that, and depending on my mood, I will choose which room to go into.”
The neuroscientist explained how they conducted an experiment in several schools. The plain inner and outer walls and even the sidewalks were illustrated with all kinds of colors.
In just a few months, they observed an apparent change in the children’s behavior: more interest in attending school, fewer bullying episodes, more collaboration, improved test results, and greater overall happiness.
Studies on the subject confirm that colors evoke a wide range of emotions that affect our mood and perception.
For example, warm colors like red, orange, and yellow are associated with energy and joy, while cool colors like blue or green lead to calmer, more tranquil moods.
The psychological impact of colors can influence our brains both biochemically and culturally, with different colors affecting everything from hormone production to our concentration, or our sense of urgency or inner peace.
During the Renaissance, undoubtedly one of the most creative periods in history, the wealthy classes lived surrounded by art and color, but so did the rest of the people. There were countless festivals (some have survived) with costumes, flags, and very colorful elements.
The colors did not survive, but ancient monuments (Roman, Egyptian) were painted.
In the 1980s, there was a bold explosion of color, accompanied by new artistic, musical, and cultural movements in general.
When I look at today’s architectural and decorative trends, I notice straight lines, flat and neutral colors, little contrast overall, except for different shades of the same colors. Even the art in homes, companies, and offices matches the walls and the furniture. It’s all the same.
There are mansions worth millions of dollars that look like they were designed by a 4-year-old stacking white boxes next to and on top of each other.
At my gym, which I go to at least five times a week, it’s rare to see people wearing colors—maybe a top here or there. Not long ago, there was a trend of wearing bright and even neon-colored sneakers. But that seems to have passed, and now everyone wears the same muted colors.
The world we live in seems less and less like the utopia I dreamed of as a child: a place where the inhabitants of the planet worked together for a common future, where races, colors, religions, and physical differences did not divide us.
I clearly remember members my family talking about the assassination of Martin Luther King Jr.
With the innocence of a small child, I asked—and I quote, because I remember it like it was yesterday: “What happens if a black person marries a white person and they have kids? What color will they be?”
They answered that the children could be black or mulatto, but rarely white.
And then I said something that provoked such a reaction from the adults, that it etched the moment in my mind forever: “Ah, so if all white people marry black people, there won’t be any more racism.”
I don’t know if my family was racist, but I believe that in Argentina—at least back then (and maybe still today)—there’s an underlying racism, a disdain for people with dark skin, and for Paraguayans or Bolivians.
Maybe what this world needs is more color, more rainbow-painted sidewalks, more ornamented and brightly painted buildings, more people dressing in a variety of colors like little kids reflect their world in their drawings.
Maybe instead of having so much white, beige or gray, our homes need a blue, green, or orange wall—or several.
After all, nature gives us that polychromy even in things we can’t see without a microscope. In the natural world, we are surrounded by color. There must be a reason for it.
My father Adelino was highly color-blind. His whole life, he saw a different world than the one most of us see. By the time glasses were invented that bring color-blind people to tears with their first use, he had already passed away, and I couldn’t gift them to him.
The irony is that he died as a consequence of depression. Maybe his world was so gray that it ended up enveloping him. I’m rambling, but it seems the world wants to be color-blind by choice.
As far as I’m concerned, I think I’m going to bring more color into my life.
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