Articulo de 2004 Con Una Actualidad Escalofriante
El 26 de junio de 2004, Ricardo Roa, editor general adjunto de Clarín en ese momento, escribió un artículo que recorté y guardé porque, no solo me impresionó, sino que sus palabras reflejaban mis pensamientos con precisión.
Hoy, transcribo el contenido de ese pedazo de papel amarillento para compartirlo, porque tiene una actualidad escalofriante, en un país que se queja masiva y continuamente de las consecuencias de su propia idiosincrasia.
La Cultura de Dios Proveerá.
Podemos asumir el papel de víctimas y atribuirlo a cualquier causa ajena a nosotros. Pero cuesta aceptar que exista algún enemigo detrás de los dos nuevos récords que informamos en esta edición: somos el país con más accidentes de transito y donde más se fuma en espacios públicos de la región. Las cifras dicen que nos portamos como si las normas fueran sólo para los demás. Y que exaltamos el fatalismo y rechazamos la prevención. Total, Dios proveerá. Nadie se ha muerto en la víspera.
En calles y rutas mueren 26 personas por día y unas 120 mil sufren heridas cada año, según fuentes privadas. Casi todos por imprudencia. Ayer hubo una nueva muerte en la Panamericana. En menos de un mes, ocho personas murieron allí. Aunque, como toda autopista la Panamericana esté diseñada para que no haya accidentes ¿alguien puede evitar el desastre que producen la imprudencia y la locura de la velocidad?
Es el precio que les hacemos pagar a los otros por nuestra propia ansiedad.
Cumplir las normas de tránsito está vinculado al reconocimiento del otro. No hay solidaridad. Vivimos prisioneros de una impaciencia que nos consume. La prioridad es uno. La prioridad soy yo.
Una misma desvalorización de la vida, de falta de respeto por la vida del otro implica fumar en lugares públicos. En la Argentina se cree que unas 40 mil personas mueren cada año por afecciones causadas por el cigarrillo. Una parte de ellas son fumadores involuntarios, víctimas de los fumadores activos.
A los argentinos no sólo nos une el fatalismo. También la cultura del piola, del que viola, impune, las normas. Tuvimos un presidente que se ufanó de llegar a Pinamar en dos horas y media con su Ferrari. En otros países lo habrían denunciado, porque aprendieron que el infractor es un peligro, incluso para sí mismo. Aquí, en cambio, hacerlo sería convertirse en un delator. Y eso parece un precio infinitamente más alto que el de penalizar la imprudencia y la irresponsabilidad.