Dia De La Madre
Hace muchos años vivía en Nueva York y haciendo una excepción ya que las comunicaciones telefónicas entonces eran carísimas (y yo pobre), llamé por teléfono a mi mamá en el mes de mayo. Cuando atendió le dije: “¡feliz día de la madre, mami!” a lo que ella contestó: “¡allá donde vos vivís será, porque acá hay que esperar a octubre”!
La anécdota la pinta de cuerpo entero. Rápida, sin filtro.
El año pasado, 2016, decidí que dada su edad, estábamos en condiciones de festejar ambas fechas. Si bien nos había prometido tanto a mí como a mi hija que viviría hasta los cien, no había garantía. Así que festejamos en mayo y nuevamente en octubre cuando la llevé a ver una obra (no muy buena, lamentablemente) al micro teatro de Miami, y después la invité a cenar. Las dos solitas. Era un domingo fresco en la habitualmente cálida Miami. Hasta nos sacamos un par de selfies divertidas, una de las cuales adjunto. Nada hacía presagiar que sería el último domingo en el cual estaría caminando y fuera de un hospital. Al día siguiente organizó una fiesta para sus amigos en el centro comunitario local, para festejar que después de varios años de una suspensión arbitraria, le habían re-instaurado su jubilación argentina. Hacia un mes que había vuelto a cobrar esa cifra irrisoria pero que la llenó de satisfacción por haberle ganado la batalla a la “burro-cracia” como le gustaba decir.
Se gastó cientos de dólares en sándwiches de miga argentinos, bebidas, tortas y masas. Creo que la organización de ese evento le causó bastante estrés. Quizás fue ese estrés el que le provocó que le diera un ataque del virus del herpes zoster el jueves, y que a consecuencia de un diagnóstico errado, lleno de medicamentos innecesarios, y una serie de acontecimientos sucesivos que si fuesen graciosos serían una comedia de enredos, determinaron que el miércoles siguiente falleciera.
Este es el primer día de la Madre norteamericano que no la tengo para festejar. Ya en octubre tendré un segundo y triste recordatorio.
El “nunca más” es lo que más me pesa. Reconozco que fui muy afortunada. No sólo porque vivió hasta los 91, sino porque era un ejemplo de madre, de mujer, de amiga, de esposa, de abuela. En fin. De persona. Es difícil no poder darle más abrazos, más besos, ni jugar a las cartas, comer su comida, llevarle ropa para arreglar, saber que mi “fanática número uno” no estará más mirando o escuchando mi trabajo…
Tengo la clara sensación que, dondequiera que esté, me mira y me cuida. Y espero que también sepa y escuche que desde lo más profundo de mi corazón le deseo un feliz día de la madre.