Una anécdota mas vergonzosa que graciosa.
Hace unos cuantos años, ya viviendo en Miami, me pasó algo de lo que me avergüenzo.
Cuando tengo cosas que donar, generalmente las meto en una bolsa y las pongo en el auto. A veces me acerco a una institución con la que simpatizo. Ese es otro capítulo que pueden leer en este mismo blog, o simplemente le doy las cosas a alguna persona en situación de calle si veo que pueden usar lo que tengo.
Una mañana salía del estacionamiento de un supermercado cuando veo un hombre revolviendo la basura. Frené el auto inmediatamente y me acerqué con la bolsita. Tenía apariencia de latino, así que le hablé en castellano mientras le ofrecía una bolsa con ropa de niña, de mujer y otras cosas, preguntándole si le servía para él o su familia. El me miró fijo, con cara de no entender, así que le hablé en inglés. El siguió sin contestar. Tenía cara de estar perplejo. No pensando mucho al respecto y probablemente apurada como siempre le entregué la bolsa, me metí en el auto y salí de allí, no sin antes mirarlo por el espejo retrovisor.
Así vi que él puso la bolsa de mis donaciones dentro de la basura que antes estaba supuestamente examinando. Desde ese ángulo, logré ver que detrás de él, había un carrito de ése tipo que usan para llevar cosas. En éste caso para llevar bolsas de basura. El hombre era un trabajador del supermercado, y no estaba haciendo otra cosa que, vaciando los basureros, y poniendo bolsas de residuos nuevas.
Mi colección de prejuicios: pensar que era un hombre que no tenía hogar, que era latino, que quizás no contestaba porque tenía alguna enfermedad mental, que tenía que aceptar mi dádiva, me enseñaron más de una lección.
Me fui de allí lo más rápido que pude, demasiado avergonzada como para pedirle perdón. Imagino que el pobre hombre habrá pensado, larga y profundamente en mi madre…