Cuando decidimos perdonar, ¿a quién beneficiamos?
Si alguien nos hizo daño y llevamos ese dolor, esa angustia, esa pesada carga, la parte más perjudicada somos nosotros.
Escuchaba recientemente a un artista y director de cine, quien contaba que su padre le causó mucho dolor. Por muchos años no tuvo contacto con él hasta que un día cuando iba a visitar a su madre, llegó y su progenitor estaba sentado en los escalones de la entrada a la vivienda, esperándolo. Quizás estaba allí para intentar una reconciliación. Pero él nunca lo sabrá porque reaccionó de la peor manera: a los gritos y sin dejarlo decir nada.
Tiempo después escarbó en su historia. Descubrió que su padre, de raza negra, se quedó sin trabajo en un momento de depresión económica en el país, con una familia a la cual mantener. Aparentemente en su desesperación, sin alternativas ni ayuda comenzó a traficar drogas y también se convirtió en un drogadicto, transformándose en un monstruo abusivo.
Desde la perspectiva de hoy, ya convertido en padre, vio las cosas de otro modo. Nada justifica el abuso. Nada. Pero pudo sentir cierta empatía por aquel hombre que, quizás con su mejor intención, tomó todas las decisiones erróneas. Pudo perdonarlo y reconciliarse.
¿Quién salió victorioso y beneficiado de esta historia? Ambos. Pero principalmente el hijo, quien llevaba esa carga de odio, resentimiento y tristeza como a una mochila llena de rocas.
Todos tenemos alguna historia parecida. Desde un hermano abusivo a una ex pareja infiel. Desde un profesor o maestro que injustamente nos puso una mala nota hasta un chofer de bus que no paró en un día de lluvia justo cuando no teníamos paraguas.
Pero, así como ese chofer no tiene la más remota idea que existimos, quienes estamos del otro lado llevamos encadenado a nuestro tobillo el dolor de esa experiencia como una bola de billar pesada y maloliente. Y, curiosamente, si la recordamos, aunque hayan pasado décadas, sentimos la misma energía negativa -llámese tristeza, frustración, sed de venganza o desasosiego- que cuando sucedió. Si contamos la historia que nos hizo llorar en ese momento, volveremos a llorar. Como si el tiempo no hubiese pasado, como si ese o esos eventos hubiesen pasado hace sólo un par de horas.
Siempre es mucho más fácil decir lo que hay que hacer, que hacerlo. Poner en práctica lo que pregono no es fácil. Pero si pensaras que de lograr perdonar a quien te lastimó o te traicionó o te abandonó, lograrías romper esa cadena, librarte del peso de la bola de billar, caminar más livianamente y sin dudas con más libertad, quizás verás que vale la pena el esfuerzo.
Uno de mis métodos favoritos es escribir. Durante toda mi vida he escrito a personas con quienes tenía cadenas que romper. Luego no envío la carta al destinatario, porque el destinatario soy yo. Escribir para mí es catártico. No es cuestión de darle una satisfacción a tu demonio. Es para ti. Poner en ese escrito todo lo que te molesta es una forma de sacar la basura que te habita. Ponerla en el cesto fuera de tu casa y mirar con satisfacción cuando el camión de la basura va alejándose lentamente por la calle con ese paquete indeseable.
Otro método es analizarse. Claro que, lamentablemente, no todos tienen esa posibilidad.
La razón por la cual hay que aprender a perdonar no es porque el otro merece perdón sino porque nosotros merecemos estar en paz. De hecho, si perdonamos a otro también nos estamos perdonando a nosotros.
Como dijo Lewis B. Smedes: “perdonar es liberar a un prisionero y descubrir que el prisionero eras tú”.
Fotos: @lanaMontalban
Cafito
November 3, 2024 @ 1:00 am
Muy buena la nota. comparto totalmente. Saber perdonar nos hace más felices.