Al Final La Lucha Fue Inútil
La palabra adolescencia proviene del latín adolesco-adolescere, que significa “crecer a pesar de todo, con dificultades”.
Durante esta etapa difícil para el individuo y para quienes lo rodean, principalmente sus padres, el niño, como un gusano que se hará crisálida y luego se transformará en mariposa, pasa por etapas duras. Luchas internas por descubrir su identidad, por separarse de sus padres, por convertirse en un ser independiente.
Mi adolescencia fue el extremo. Comenzó muy tarde y se prolongó bastante más allá de lo que los expertos le ponen como límite: los 19 años. Mediante un elaborado plan, mis padres me alejaron del novio que ‘ellos no creían era la persona indicada’, manipulándome a hacer un viaje internacional que, en su imaginación, me haría olvidar del joven de mis sueños.
El plan no solo no funcionó como lo planificaron, sino que el tiro les salió por la culata. Sí, me fui de viaje, pero no por unos meses como era su maquiavélica meta, sino por dos años. Cuando volví, ya no era la misma persona. Lo describo como que salió Caperucita Roja y volvió Rambo. Y además reinicié la relación con el mismo joven que duró cuatro años y murió por decantamiento.
Un universo de experiencias, incluyendo algunas muy peligrosas, me habían sacado de la cáscara de nuez en la que vivía y me habían convertido en un ser capaz de sobrevivir sola ante cualquier circunstancia. Fui de ‘tener temor a levantar la mano o expresar mi opinión’ a poder gritarla a una audiencia multitudinaria.
Con los años dejé el cuchillo de Rambo, pero nunca retrocedí con mi lucha por ejercer mis derechos y defender los ajenos. No había vuelta atrás. Nunca más sería esa chica tímida que dejó que su hermano mayor la abusara verbal y físicamente. Que la humillara delante de sus amigos.
Forjé mi propio futuro con muchas garras y gracias a la incontable ayuda de muchas personas en mi vida. Empezando por mis extraordinarios padres y cantidad de gente que me dio oportunidades, o el dato exacto en el momento justo como para que pudiera abrir las puertas. Permanecer del otro lado de esa puerta fue mi responsabilidad.
Ahora, ya en la tercera etapa de mi vida (o en la cuarta, dependiendo del punto de vista), me doy cuenta que toda esa rebeldía, toda esa lucha para separarme y diferenciarme de mis padres ha sido en vano.
Me sorprendo a mi misma repitiendo continuamente las frases que decía mi padre, poniendo orden y etiquetas en todo como hacía mi madre. Creando como ambos: arte y escritura.
“Coleccionando” amigos preciados como hacían ellos. Reuniendo a amigos y familia como era su costumbre. Mi padre recortaba artículos de diarios y revistas a diario, los ponía en sobres con el nombre del amigo a quien podía interesarle, y los repartía a domicilio. Lo hizo toda la vida. Me doy cuenta que hago lo mismo, pero sin el sobre.
Cada vez que veo una foto, leo un artículo, miro un video, lo comparto con aquellas personas a quienes creo les resultará interesante.
Organizo infinitas listas: de viaje, de proyectos para hacer, de todo.
No los estoy imitando. Soy ellos. Los tengo en mi ADN, en mi sangre y, sin darme cuenta, soy su reencarnación.
Con la madurez que me dieron los años, fui reconociendo los seres excepcionales que me tocaron en suerte como padres. Y con su pérdida, redoblé mi admiración. O mejor dicho, la multipliqué.
Como dice el título, la lucha fue inútil. Fue un proceso natural y necesario, pero hoy estoy tremendamente orgullosa de haberme convertido en el producto creado por esos dos seres de luz, con tantas de sus características, aunque lamentablemente me faltan muchas más. Creo que, al fin, mi adolescencia ha terminado.
Gracias Rosita y Adelino.