Cosa Rara La Muerte
Que rara es la muerte. Tan definitiva, tan eterna, tan inapelable ella.
No estamos bien educados. Al nacer, todos y cada uno de nosotros tenemos una sola certeza: que allá lejos dentro de muchas décadas, o en minutos nada más, nos tocará.
Nos pondrá su huesuda mano en el hombro y suave, sensualmente, nos susurrará al oído “llegó el momento”. No habrá nada en el mundo que nos salve de ello. Ni fama, ni fortuna. No hay bondad ni maldad que nos libre de nuestro último minuto en éste plano.
Nuestro mayor problema no surge por morirnos, sino porque no sabemos qué nos espera del otro lado.
¿Es verdad lo del túnel oscuro con una potentísima luz al final?
¿Hay cielo?
¿Hay infierno?
¿Nos esperan 70 y pico de vírgenes?
¿Llevaré mis pertenencias, con las que fui enterrado, al más allá?
¿Está bien que me embalsamen? ¿Que me cremen? ¿Que me entierren? ¿Que mis cenizas sean esparcidas en el mar?
¿Nos ven los espíritus de nuestros seres queridos? ¿Nos escuchan? ¿Pueden ayudarnos?
¿Les importa si vamos o no a aprobar el examen, conseguir ese trabajo o si tal persona será el amor de nuestras vidas o nos destrozará el corazón?
Cada religión, secta y creencia ha inventado una respuesta y una historia diferente para aplacar o controlar a los pueblos.
¿Y quienes no siguen una religión o secta organizada tienen más tranquilidad al respecto? ¿O es aún peor?
Hay pueblos, como los mexicanos, que festejan la muerte. La celebran. No es que no la sufran, pero desarrollaron una relación más cercana con ella y quizás eso aplaque su sufrimiento. Tengo que hablar con mexicanos para saber la respuesta.
Lo cierto es que toda ésta diatriba surge del hecho que muchas personas queridas han muerto ya a lo largo de mi vida, pero ninguna me afectó tanto como mi madre.
Aún no he logrado borrar sus teléfonos de mi celular a 2 años y 4 meses de su partida. Le hablo a diario en privado y también en voz alta (cuando estoy manejando, por ejemplo). Percibo señales de su presencia. La sueño. Y de ésa forma se me hace más soportable su ausencia.
Siempre pensé que educamos mal a nuestros niños cuando evitamos el tema. Decimos “el abuelito se fue al cielo”. “Tu perrito se escapó”. En vez de decir, simplemente “se murió”.
Recuerdo cuando mi hija tenía unos 3 años. El papá se la había llevado por el fin de semana y la trajo de vuelta con un par de horas de demora. ¿Que paso? Le pregunté cuando vino mientras Nicole corrió a agarrar a nuestros gatos y se generó el siguiente diálogo:
El: murió Pape. (El bisabuelo)
Yo: le dijiste a Nicole?
El: no
Así que ésa noche, mientras la bañaba, le dije “te acordas de Pape?
“Si”.
“Bueno, ahora vas a tener que recordarlo en tu corazón porque no lo vas a volver a ver. El se murió”.
Ella me miró por un instante, como pensando, y siguió jugando con sus patitos de goma.
La semana siguiente caminábamos por la calle y me dice: “mira mami, una abejita”.
Le advertí: “no la toques mi amor. Aunque está muerta igual te puede picar”.
Y me respondió: ¿”Como Pape”?
“Si, como Pape”.
Ella procesó con naturalidad la noticia.
No es que haya sufrido menos cuando murieron sucesivamente su abuelo, su bisabuela y su abuela ya siendo más grande, pero tengo confianza que de alguna forma, saber que es algo que está en la agenda de todos y cada uno, alivia en algo el dolor.