El Luto y La Risa
Para mí era muy curioso ver a mis abuelos discutir. En casa, jamás presencié algo así de mis padres.
Mi abuelo paterno, nacido en 1889, era un gaucho ruso que viajó en la última diligencia de correo de La Pampa, vio la piedra movediza de Tandil antes de que se cayera en 1911 y tantas historias más que nunca volveré a escuchar…ni a recordar…
Se casó con mi abuela Sofía cuando ella, una delicada flor que estudiaba violín y varios idiomas, tenia nada más que 15 años. Tuvieron 3 hijos y una hija.
Mi papá, Adelino, era el mayor.
León era una roca, un hombre rudo y fuerte y le gustaba comer la comida a una temperatura que quemaría a un samurái. Mi abuela literalmente sacaba la olla con sopa de la hornalla en medio del hervor, así como estaba la llevaba a la mesa, con cucharón metálico le servía a mi abuelo quien sin esperar a nadie la probaba y comentaba: “está fría”. Ahí empezaba la discusión. Si creen que exagero para obtener un resultado más dramático o cómico, les aseguro que no. La que sabía de fechas y datos era mi mamá Rosita. Con su fallecimiento he perdido el Archivo General de la Nación, así que no sé cuántos años estuvieron casados pero cuando Sofía murió de enfisema pulmonar (sin haber fumado jamás) León declaró que “no volvería a sonreír”. Que no tenía más motivo para hacerlo. La “roca” decidió entonces que se dejaría morir (¿de amor?) y como era un hombre tan fuerte tardó unos años pero lo logró. Igual llegó a cumplir 93. Reitero que sin Rosita puedo equivocarme en todos los datos pero recuerdo que a los 91 todavía iba a trabajar en autobús (se negaba a la oferta familiar de un chofer) al negocio de mi padre y uno de mis tíos, donde como cajero descubrió que un empleado estaba robando dinero. Tenia todas sus facultades mentales intactas.
¿A que viene toda ésta historia? A que desde que falleció mi mamá, hace apenas 15 días, me he reído varias veces…pero cada vez que lo hago siento como un dolor en la boca del estómago. Y pienso en ella. Pienso en su última hora de vida y en sus últimos minutos. Veo una y otra vez su cara de preocupación con los ojos abiertos de par en par antes que la operaran para ver si se podía hacer algo por salvarla. No estoy segura que estuviese al tanto de sus circunstancias. No sabía si me escuchaba. Parecía estar “ida”. Pero ahora estoy convencida de que sí escuchaba y entendía si no todo, casi todo. Pienso una y otra vez en cómo desperdicié esa oportunidad de decirle tantas cosas.
Y cuando salió de la operación, ya con sus ojos cerrados que nunca volvería a abrir, le hablé y le dije tantas veces que la amaba, que la extrañaría y también le pedí perdón por muchas cosas, hasta que entró una enfermera que no tenía nada que hacer allí y me dijo: “lo último que se va es la audición. Ella te escucha”. A partir de ese momento volví a repetirle una y otra vez cuánto la amaba y le pregunté si escuchaba. Casi imperceptiblemente movió la cabeza de arriba hacia abajo en señal afirmativa. Por suerte Santi había llegado y fue testigo. No me lo estaba imaginando. Seguí hablándole hasta cuando unos minutos después dejó su cuerpo, y lo hice por varias horas más, mientras lloraba desconsoladamente, la abrazaba y besaba sin parar.
Nunca sabré qué quiso decirme cuando aún tenía los ojos abiertos. Quizás que no quería morirse. Quizás que no le importaba morir porque volvería a estar con su amado esposo, sus dos hijas fallecidas, sus seres queridos muertos antes que ella. Quizás quería decirme que no me preocupara por ella, que estaba en paz. Quizás que lamentaba no poder cumplir con la promesa que nos hizo a Nicole y a mí que viviría hasta los 100. Nunca sabré la respuesta.
Lo que sí sé es que por ahora, aun el cómico más espectacular del mundo no me sacará una carcajada.
Foto: es la escultura que hizo de mi papá, a pedido mío. Se rompió en mil pedazos cuando la horneaba, algo que nunca le había pasado en décadas como ceramista. Quizás mi padre se negaba a ser inmortalizado…