Mi Mamá Rosita. Entrevista de 2015.
ROSITA
Esta entrevista se la hice en 2015. Camara, sonido y edición: Miguel Barreto. urdcelebrity.com
Rosita nació en un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, aguantando a un padre altamente educado pero despótico y una madre sumisa. Con 3 hermanos y una hermana, siempre fue una muchachita delgada, tímida y de pasar desapercibida.
Tenia 14 años cuando conoció a Adelino, el amor de su vida. Sufrió de amor en silencio y a la distancia ya que ese galán de película le llevaba 8 años y estaba demasiado ocupado conquistando damiselas como para fijarse en una escolar flaquita como ella.
Pero la paciencia paga, aparentemente, porque a sus 20, el finalmente si se fijó en ella. En una noche social en el club, la llevó afuera y la besó. Ella me ha contado avergonzada que se desmayó de la emoción.
Más tarde él decidió que era la mujer que podría presentarle a sus padres y se casaron.
Su príncipe abrió las puertas de su potencial. La ayudó y hasta le exigió ser independiente y liberar su posibilidades. No tardó nada en convertirse en una mujer interesada en todo. Las ciencias, las artes, la cocina, la alta costura, todo era fuente de inspiración, alegría y aprendizaje.
Ella no solo se compró uno de los primeros hornos a microondas que ingresó al país: hizo el curso de cómo usarlo. No solo se compró una moderna heladera con freezer: hizo un curso de cómo congelar alimentos. Y así todo. Su inquietud por aprender llegó casi hasta su último día de existencia.
La vida quiso que sus primeras dos hijas llevaran una enfermedad genética y fallecieran una al año y medio y a los dos años la otra.
Con ese dolor que desde mi dolor actual declaro inconmensurable, ambos sobrevivieron como pareja y hasta tuvieron el coraje de volver a intentarlo.
Así nació mi hermano y 2 años después nací yo.
Óptica de profesión, Rosita descubrió su pasión por la escultura en cerámica, algo que la ocupó hasta los últimos días de su vida. Todos aquellos que tuvieron el placer de aprender en sus clases, la admiraban y respetaban.
Cuando era chica me convertí en su asistente mientras daba clases a niños. Luego dejaría de enseñarles a los pequeños, cansada de ejercer de policía, enfermera y demás y se dedicó solo a los adultos.
Vivíamos en Adrogué, un suburbio residencial del sur de la capital, Buenos Aires. Cuando éramos niños, salíamos a jugar hasta que oscurecía, y ella, silbato de policía en mano, nos llamaba a comer cuando la mesa estaba servida.
A diferencia de mis amigos, yo abría la puerta de casa y le gritaba :”ma, me voy a jugar con fulana”. Cerraba de un portazo sin esperar respuesta y me iba.
Mis amigos “tramitaban” su libertad. “Mami, puedo ir a jugar”? Pregunta a tu papá. “Papi, puedo ir a jugar”? Pregunta a tu mamá. “ya le pregunte”. Y así.
Nosotros teníamos una libertad casi absoluta, basada en la confianza y en el pensamiento de que nuestras propias opciones nos educarían más y mejor que un ambiente represivo.
Con esa premisa debieron aguantar las experiencias con las drogas de mi hermano y un viaje mío de 6 meses que se convirtió en 22 meses con 2 llamadas telefónicas en total durante ese tiempo.
¡Lo que habrá sufrido y extrañado! Mi juventud y rebeldía la castigaron duramente.
En casa siempre estaban todos invitados. Siempre había comida y postres para quien viniera. Las invitaciones a “tomar el te” eran apoteóticas. Desde sándwiches de miga hasta tortas caseras varias, bolitas de chocolinas con ralladura de coco y tanto más.
Todos mis amigos se sentían con la libertad de tocar el timbre sin previo aviso. Rosita estaba allí para atender a quien llegara, aunque le interrumpiera sus múltiples actividades. Desde el revestimiento decorativo de todas las paredes de la casa, hasta el diseño de muebles que luego mandaba a construir; como un costurero, un placard o una cocina. Hacer ropa y tanto más. Y ordenar. Una de sus pasiones. Todo en su casa estaba etiquetado. Desde los cajones de su placard donde se leía “medias, cinturones, joyería” hasta su freezer con “sopa, arroz, etc.”
No ha habido una persona en la vida de Rosita que necesitara algún tipo de ayuda que ella no haya provisto. La mejor amiga de sus amigos, ha organizado y ayudado a organizar los eventos que se puedan imaginar. Incluyendo a varios cumpleaños de mi papa, muchos de ellos de sorpresa para él.
En 1987 su príncipe azul enfermó de depresión. Siempre juntos, ella acompañó lo mejor que pudo a un hombre que pasó de ser el centro de las fiestas a quien no quería asistir a ningún evento. Ese roble de hombre que era, se convirtió en una sombra de sí mismo y en 2007 terminó perdiendo su independencia con silla de ruedas primero y postrado y humillado por la vida después, hasta que en 2010 la dejó sola. Ella no se movió de su lado durante esos 3 años. Dispuso de sus ahorros y organizó un ejército de personas que lo cuidaban, lo masajeaban y hacían todo lo posible por mejorar su calidad de vida.
Rosita demostró una fortaleza inigualable cuando, tras la partida de Adelino, siguió adelante con resignación y firmeza después de más de seis décadas de amor. Al fin, ya sin tener a quien cuidar, vino a Miami a visitarnos. Se quedó un mes. Me contó que quería vender la inmensa casa, comprar un departamento en el centro e ir al cine, al teatro, a los museos…
Le dije que debería venirse a vivir a Estados Unidos para estar cerca nuestro. No quería saber nada con ese plan.
Regresó a su ahora vacía casa y 5 días después, la llamada “inseguridad” se convirtió en un violento robo perpetrado por 5 hombres –que ella aseguraba actuaban como policías-, donde le robaron todo (incluyendo el anillo de casamiento de mi padre) y hasta tuvieron la delicadeza de cortar el cable de un secador de pelo y hacerle un simulacro de ahorcamiento a esa viejita indefensa de 85.
Ese día la decidió a hacer caso a mi sugerencia y venirse a vivir a Miami.
Tiempo después y con humor, decía que los ladrones fueron enviados “desde el más allá” por Adelino, para convencerla de emigrar.
Con ocho décadas y media, logró vender la casa justo antes de un cepo dictaminado por el gobierno de turno que no le habría permitido sacar el dinero del país. Organizó una venta del contenido de la casa, desprendiéndose de una vida entera de cosas y se vino a un país nuevo. Una movida que muchos veinteañeros habrían temido, fue solo un paso más en su vida.
Hablé con la organizadora de actividades para mayores del centro comunitario local para que pudiera seguir dando clases de cerámica, ya que considero que las actividades y las relaciones son lo que mantienen con vida a los viejitos. Y así fue. Otro día la engañé llamándola desde el centro comunitario diciéndole: “venite ya para acá que hay una actividad que te interesará”. Ella, caminando sin ayuda, recorrió las menos de tres cuadras y cuando llegó vio que me refería a una clase de gimnasia para personas mayores, todos sentados.
Su respuesta fue cortante: “no me interesa”. Ignorándola, la tomé con firmeza de la mano, la “arrastré” hacia el centro de la clase, dije en voz alta : Esta es Rosita. Sin mas, me fui.
La rodearon y recibieron con los brazos abiertos. Y a partir de allí se hizo de un enorme y fiel grupo de amigos. La profesora de esa clase falleció repentinamente tiempo después y Rosita, quien había memorizado todos los ejercicios, tomó a su cargo la clase por un tiempo. Luego otra viejita se encargó, pero al tener un poco de Alzheimer, olvidaba en qué ejercicio estaba o cuantas repeticiones habían hecho así que ella, mi mamá, se convirtió en la “contadora” oficial. Cuando Rosita faltaba, la clase de gimnasia era un caos. Eso fue hasta el sábado 22 de octubre, donde asistió a pesar del insoportable dolor que la aquejaba.
No hubo persona que la conociera que no la admirara por sus múltiples habilidades y virtudes. Una generosidad sin límites, una palabra de aliento siempre lista en la punta de su lengua.
A mi hija y a mí nos cocinaba nuestros platos favoritos, nos hacía ropa, hacía esculturas en cerámica. Nos ofrecía ayuda constantemente. “En qué puedo ayudar” era una de sus frases favoritas.
A diario se dedicaba a hacer palabras cruzadas, las que completaba. De ahí, seguramente, salía esa lucidez tan incomparable.
Un día, caminando hacia la oficina de correos local, un camión que salía de un edificio y cuyo conductor estaba seguramente distraído con su celular, la atropelló, quebrándole la cadera en la estrepitosa caí da. Lo que temí se llevaría su vida no lo hizo. Con cadera nueva, andador al principio y bastón luego, siguió con todas sus actividades aunque desgraciadamente sufrió de muchos dolores desde entonces. Bajó varios peldaños su calidad de vida. Pero no se dejó vencer.
El día que se enteró que yo estaba embarazada con quien sería su única nieta, su vida se transformó. Tejió innumerables cosas para el ajuar, estaba siempre dispuesta a dejar todo para cuidar a Nicole. Siempre cuento que cuando vivíamos a la distancia, y nos comunicábamos por skype (porque manejaba muy bien la computadora) me saludaba con una efusividad que podríamos calificar con un 6 en una escala de uno a diez. Pero cuando Nicole aparecía en pantalla, la escala se rompía. Era la luz de sus ojos. Ya internada en lo que serían sus últimos días de vida, le puse a Nicole al teléfono llamando desde Washington DC y fue la única vez que la vi sonreír en medio del dolor que estaba pasando.
El Fin.
El jueves 20 empezó a sentir muchos dolores. Por no molestarme a mi (algo con lo que tendré que vivir por el resto de mi vida) una amiga la llevó a ver a su médico el viernes cuando el dolor se había convertido en insoportable. El no estaba y la atendió una doctora que sin sacarle la ropa ni tocarla siquiera le diagnosticó osteoartritis y la llenó de medicación para algo que no tenía. El dolor no disminuyó y me dijo -el sábado- que no pudo dormir nada. Fui a verla a la mañana, a asegurarme que había tomado los remedios y se durmió una mini siesta. Cuando se despertó, seguía muy adolorida. La dejé sola y más tarde la llamé. ¿Como estas le pregunté? “Mal” fue la respuesta con un hilo de voz. Muerta de dolor ni siquiera me llamó para “no molestarme”. Me apuré a llegar y cuando quise pasarle una crema analgésica por donde le dolía, me di cuenta que tenía herpes zoster (culebrilla, shingles), una de las condiciones más dolorosas que existen. Salimos disparadas a la emergencia del hospital. Allí la medicaron intravenosamente, incluso con morfina que no hizo efecto hasta que el Dr. Azoulay descubrió que además tenía bloqueada la vejiga y estaba reteniendo orina. El médico me dijo: “si tienes 300 cc de orina en la vejiga, vas a ir golpeando con tus puños a quien se interponga entre tu y el baño. Tu madre retenía 700 cc”!
Le insertaron un catéter sacándole el líquido y eso la calmó. A partir de ahí fue todo cuesta abajo. Comenzó a tener episodios psicóticos, gritaba y se arrancaba las agujas y lo que le pusieran. Deliraba. A veces se conectaba, pero otras veces no. Se sacaba la ropa. No reconocía a esa persona. Ya no era la misma.
Le hicieron una resonancia magnética del cerebro y el neurólogo dijo que no había secuelas de la enfermedad (que a veces afecta al cerebro) ni de stroke, pero no podía explicarme porque actuaba así. Me dijo que a veces los viejitos (tenía 91) son afectados gravemente por algo que a alguien más joven se le cura con antibióticos u otro medicamento.
Su medico, Dr. Rafael Crespo, no le prestó demasiada atención pese a mis pedidos y preguntas. Estaba subido a su pedestal, un síndrome muy común en algunos doctores en medicina. Las enfermeras la cuidaron lo mejor que pudieron.
De repente el martes por la tarde empezó a quejarse de dolor abdominal. Reclamé pero no hicieron nada. Ya de noche y con otra enfermera de turno, ella vio que su abdomen estaba hinchándose considerablemente hasta parecer embarazada a término. No le gustó lo que vio y llamó al médico quien indicó radiografías. A pesar de la orden “urgente” tardaron en hacerla y luego más tarde volvieron por otra. Cuando el resultado de las radiografías estaba lista, aseguraron que eran “gases”. Aliviada y agotada, decidí irme a dormir a casa. Era la una de la mañana. Tuve que maquillarme y peinarme para grabar un video de trabajo y luego me quedé haciendo cosas mientras pensaba “tengo que lavarme la cara y dormir” pero no podía hacerlo. Eran las 2 am, las 2:30 am y a las 2:54 am recibí una llamada desde el hospital.
La salud de mi amada mamá se había deteriorado de tal forma que me llamaban para preguntarme si en caso de intervenirla y no sobrevivir en forma natural, los autorizaba para que la mantuvieran con vida o la desconectaran
Lo que estaba escuchando era surrealista. ¿Si el domingo 16 fuimos juntas al Micro teatro? ¿Si el lunes 17 festejó con sus amigos, agasajándolos, que al fin le devolvieron sus beneficios jubilatorios y pensión de viudez que le habían suspendido sin razón en 2011 en Argentina? ¿Si hablamos cada día y nos vimos varias veces durante la semana? ¿Desconectarla? ¿Como era eso posible? Estaba viviendo una pesadilla de la cual no me podía despertar.
Era un momento surreal. En medio de un mar de lágrimas logré llamar a un Uber que me llevó al hospital lo más rápido que pudo.
Esa mujer con los ojos abiertos y la mirada perdida que encontré en cuidados intensivos no era mi mamá, Rosita, el ser amado que me dio la vida y me enseñó todo, incluso a ser una buena madre para mi propia hija. Estaba en una camilla, conectada a infinidad de tubos por cada orificio de su cuerpo.
Sin vueltas la doctora me dijo que su intestino (lo que habían calificado de “gases”) había dejado de funcionar. Que no sabían si la necrosis (muerte de los tejidos) era un pedazo que podían extirpar o si era peor y que había 2 opciones. Operarla y ver si había algo que se podía hacer (existía la posibilidad de que no resistiera la operación) o no operarla en cuyo caso fallecería seguro.
Sola en el hospital ya que Santi dormía en su casa y no escuchaba el teléfono, y en un estado mental que no deseo a nadie, tuve que tomar ésa decisión. “Operen”, dije.
Me hicieron firmar una serie de papeles deslindando responsabilidades, que me costó firmar ya que mi cuerpo entero temblaba.
Había llegado Santi cuando me avisaron que la abrieron y cerraron la herida. Su intestino estaba más allá de cualquier reparación. Pregunté si existía la posibilidad de que yo donara parte de mi intestino pero la respuesta fue negativa.
Me preguntaron si quería que prolongaran su vida lo más posible. Habiendo hablado muchas veces de esto con Rosita, no dudé en decirles que no quería que estuviera conectada a nada. Pero que se aseguraran de que no sintiera dolor o molestia alguna.
Me dejaron entrar a su habitación, le desconectaron todo, le sacaron los tubos que tenía, y por un rato eterno, la acaricié, la abracé y la besé sin dejar de decirle cuánto la amaba, cuánto le agradecía todo lo que hizo por mi, desde tener el coraje de volver a embarazarse conmigo hasta todo lo demás. Le dije que no tenía idea de cuánto la extrañaría. Y le pedí perdón por muchas cosas. La enfermera entró y me dijo: “lo último que se va es el oído. Ella la escucha”.
Ahí le repetí cuánto la amaba y le pregunté si me escuchaba. Tengo como testigo a Santi para decir que movió levemente su cabeza de arriba abajo en aprobación. Volví a decirle más frases amorosas y nuevamente le pregunté si escuchaba y otra vez lo mismo. Su dedo índice estaba conectado a un monitoreo cardíaco. Durante un eterno minuto sus latidos disminuyeron drásticamente hasta mostrar una línea recta. Y así se apagó la vida de esta mujer tan extraordinaria a quien tuve la fortuna de llamar mamá. Fue un ejemplo como madre, como esposa, abuela, amiga y profesional en todo lo que hizo. Dejó una huella que nada ni nadie podrá borrar.
Estoy sintiendo un dolor cuya existencia ignoraba. Ella, habiendo perdido dos hijas si lo conocía, pero no dejó que eso le cambiara su visión positiva y sus ganas de vivir. De ella me queda aprender ésa última lección.
Te amaré por la eternidad Rosita. Fuiste una luz que iluminó este planeta y lo serás por siempre. Descansa en paz. Te amo forever mamá.
Norman
April 2, 2020 @ 4:45 pm
Gracias por compartir, quedé con un nudo en la garganta, pero lleno de ganas de ser como Rosita, excelente tu relato, muy motivador!
Lana Montalban
April 5, 2020 @ 1:01 am
Gracias Norman. Por tu comentario he vuelto a leerlo y he vuelto a llorar por esa perdida tan profunda. Te mando un abrazo.
JORGE
April 20, 2020 @ 4:32 pm
Señora Lana, desde hace unos días que estoy siguiendo sus comentarios. Gracias a Dios que vivo en un pequeño pueblo del interior, Azul en la prov. de.Buenos Ires, por lo tanto, alejado del centro neurálgico de todo lo malo que estamos pasando.La felicito por sus investigaciones y la seguire viendo y escuchando. Mis respetos…
Lana Montalban
April 27, 2020 @ 11:30 pm
Gracias Jorge! Un saludo afectuoso.
Lana Montalban
July 15, 2020 @ 11:43 am
Gracias Jorge. Un abrazo.
Mercedes Natiello
June 28, 2020 @ 1:18 am
Emocionante. Profesora de ceramica en Adrogue cuando yo tenia 7 u 8 años. Hoy con 54 años es un gusto recordarla, siempre amorosa, siempre paciente. Muchas gracias!
Lana Montalban
July 15, 2020 @ 11:42 am
Gracias Mercedes! Un abrazo.